Antecedentes y epidemiología
Nota: Se publicó "Prevención y control de la influenza estacional con vacunas: recomendaciones del Comité Asesor sobre Prácticas de Vacunación - Estados Unidos, temporada de influenza 2021-2022". Los CDC recomiendan que todas las personas de 6 meses o más se vacunen contra la influenza todos los años con cualquier vacuna contra la influenza aprobada acorde a la edad (IIV4, RIV4 o LAIV4) sin preferencia expresa por ninguna. No se recomienda el uso de algunas vacunas durante el embarazo ni en personas con ciertas afecciones específicas ni en ciertas situaciones. Además, hay más información disponible acerca de la temporada de influenza 2021-2022.
Los virus de la influenza y la composición de la vacuna
Entre seres humanos, la influenza epidémica anual es causada por dos tipos de virus de influenza: el virus de influenza A y el virus de influenza B (1). Los virus de influenza del tipo A y B son subclasificados a través de pruebas serológicas y genéticas. En el caso de los virus de influenza A, las diferencias en dos glicoproteínas de superficie, la hemaglutinina (HA) y la neuraminidasa (NA), permiten realizar una categorización en dos subtipos diferentes. En la nomenclatura de los virus de influenza A, estas proteínas diferentes HA y NA son representadas por las letras "H" y "N", respectivamente. Desde fines de la década de 1970, la influenza A(H1N1) y la influenza A(H3N2) han sido los típicos subtipos del virus de influenza A en circulación entre los seres humanos (2). Los virus de influenza B se separan en dos linajes genéticos distintos (Yamagata y Victoria) según las diferencias en la glicoproteína HA. Los virus de la influenza B de ambos linajes han circulado simultáneamente durante la mayoría de las temporadas de influenza desde la década de 1980 (3, 4).
Los virus de la influenza experimentan constantes cambios genéticos que causan un importante impacto en la inmunidad inducida y consideraciones para la composición de la vacuna. Hay dos tipos principales de cambios que son reconocidos. Las mutaciones puntuales y los eventos de recombinación ocurren en el genoma viral, que genera la aparición constante de nuevas variantes del virus. Este fenómeno se denomina "variación antigénica del virus" (1, 2). Si bien ocurre entre ambos virus de influenza A y B, los virus de influenza A experimentan una variación antigénica del virus con mayor rapidez que los virus de influenza B (5). La aparición frecuente de variantes antigénicas a través de la variación antigénica es la base virológica para las epidemias de influenza estacional y requiere consideración para el ajuste de los virus de la vacuna cada temporada.
Además de la variación antigénica, los cambios genéticos de mayor envergadura, denominados "variación antigénica mayor", pueden ocurrir entre los virus de influenza A. La variación antigénica mayor ocurre con menor frecuencia que la variación antigénica del virus y, por lo general, surge a través del reagrupamiento genético entre diferentes virus. Estos eventos pueden dar lugar a nuevos virus de influenza A o virus muy diferentes para los cuales existe muy poca inmunidad preexistente en la población. Estos virus pueden estar asociados a una influenza pandémica generalizada si tienen una capacidad de propagación eficiente y sostenida entre los seres humanos (1). En abril del 2009, un nuevo virus de influenza A(H1N1) provocó la pandemia más reciente a nivel mundial. Este virus era diferente antigénicamente de los virus de influenza A(H1N1) en seres humanos en circulación desde 1977 hasta la primavera del 2009 (6, 7).
Cada temporada, los virus que pertenecen a los subtipos A(H1N1) y A(H3N2) y a ambos linajes B circulan simultáneamente (1, 2). La infección natural y la vacunación inducen la producción de anticuerpos para las glicoproteínas de superficie HA y NA de la influenza, que reducen la probabilidad de infección (8). Sin embargo, los anticuerpos generados contra un tipo o subtipo del virus de la influenza confieren protección limitada o nula contra otro tipo o subtipo de virus de la influenza (9).
Las vacunas contra la influenza estacional disponibles actualmente son trivalentes o tetravalentes en cuanto a la composición. Las vacunas trivalentes contienen HA derivada de un virus A(H1N1), un virus A(H3N2) y un virus B (que representa a un linaje de influenza B). Las vacunas tetravalentes tienen la misma composición de HA que las vacunas trivalentes, con la incorporación de HA de un segundo virus de influenza B (ambos linajes de influenza B están representados).
Temporada y carga de la influenza
El momento exacto de la aparición, el pico máximo y el final de la actividad de la influenza varían y no pueden predecirse con exactitud de una temporada a otra. No obstante, las epidemias anuales de influenza generalmente ocurren en los Estados Unidos durante el otoño y el invierno. La actividad de la influenza a menudo comienza a aumentar en los EE. UU. durante octubre y puede prolongarse hasta mayo. El pico de la actividad ocurre comúnmente durante el invierno. Durante las 36 temporadas desde 1982-83 hasta 2017-18, el pico de la actividad ocurrió con mayor frecuencia durante febrero (en 15 [42 %] temporadas); sin embargo, el pico de la actividad se observó durante diciembre (7 [19 %]), enero (6 [17 %]) y marzo (6 [17 %]) durante otras temporadas (10).
Los estudios de investigación y sistemas de vigilancia utilizan diferentes definiciones de casos para caracterizar la actividad de la influenza y la enfermedad. Algunos resultados (p. ej., influenza confirmada por cultivo viral o reacción en cadena de la polimerasa [PCR]) son más específicos que otros (p. ej., la enfermedad similar a la influenza definida según la definición de caso clínico sin prueba de diagnóstico de confirmación). Los estudios que reportan índices de resultados definidos clínicamente sin confirmación en laboratorio de la influenza (p. ej., enfermedad respiratoria que requiere hospitalización durante la temporada de influenza) pueden resultar difíciles de interpretar debido a la circulación coincidente de otros patógenos respiratorios (p. ej., virus sincitial respiratorio) (11). Estudios de vigilancia con base en la influenza confirmada por laboratorio (LCI, por sus siglas en inglés) ofrecen más estimaciones específicas de la carga. Sin embargo, los resultados menos específicos son útiles en la vigilancia de la actividad de la influenza a nivel nacional y son utilizados para algunos componentes de la vigilancia de rutina de la influenza en los EE. UU. Año tras año se produce un aumento en las consultas a proveedores de atención médica por casos de enfermedad respiratoria febril aguda que coincide con los periodos de mayor actividad de la influenza, lo que hace que los sistemas de vigilancia de enfermedades similares a la influenza (ILI, por sus siglas en inglés) sean necesarios para entender y describir la incidencia geográfica y estacional de la influenza cada año (12).
Las personas de todas las edades pueden contraer la influenza. Es difícil cuantificar con precisión la incidencia de la influenza, ya que es posible que muchos, o la mayoría, de los infectados no busquen atención médica y, por lo tanto, no sean diagnosticados. La incidencia estimada de aproximadamente el 8 % (varía entre el 3 % y el 11 %) surgió a través de una extrapolación estadística de datos sobre hospitalización en los EE. UU. y metaanálisis de la información publicada (13). En una revisión sistemática de pruebas controladas aleatoriamente que examinó casos de influenza confirmada por laboratorio (LCI) en grupos de control (grupo no vacunado o grupo de placebo) de los estudios incluidos, un promedio de 1 de cada 5 niños sin vacunar y 1 de cada 10 adultos sin vacunar estaban infectados, y aproximadamente la mitad de estos casos eran sintomáticos (14).
La carga de resultados graves asociados a la influenza, como hospitalizaciones o casos de muerte, puede estimarse de diferentes maneras, como por ejemplo a través de índices de evaluación de estos eventos durante temporadas de influenza, métodos de modelos matemáticos y estudios que examinan los casos de LCI. Durante las temporadas de influenza típicas, se observa un incremento en casos de muerte y hospitalizaciones en los periodos en que circulan los virus de la influenza. Si bien no todos los eventos que ocurren durante estos periodos pueden atribuirse a la influenza, la vigilancia de estos eventos es útil para monitorear las tendencias en los resultados asociados a la influenza temporada tras temporada. Es probable que las estimaciones con base en los casos de hospitalizaciones y muertes asociados a la neumonía y a la influenza (N e I) subestimen la carga de las enfermedades graves que son, al menos en parte, atribuidas a la influenza, ya que esta categoría no incluye los casos de muerte causados por complicaciones de afecciones cardiacas y pulmonares subyacentes que están asociadas a la infección por el virus de la influenza. Por consiguiente, algunos autores utilizan una categoría más amplia de eventos respiratorios y circulatorios excesivos para realizar estimaciones de la carga de la influenza. Un análisis modelo de los datos de vigilancia basados en la población para las temporadas posteriores a la pandemia del 2009 (2010-11 a 2012-13) estimó que la influenza estaba asociada a 114,018-633 001 hospitalizaciones, 18,476-96 667 ingresos en unidades de cuidados intensivos (ICU, por sus siglas en inglés) y 4,866-27 810 muertes por año (15). Se estima que del 54 % al 70 % de las hospitalizaciones y del 71 % al 85 % de las muertes ocurrió entre adultos ≥ de 65 años. Este modelo utilizó un método multiplicador elaborado para corregir la baja detección en hospitalizaciones atribuidas a casos en los que no se realizó la prueba de la influenza y cuya sensibilidad para las pruebas era insuficiente. Con una metodología similar, durante siete temporadas desde 2010-11 hasta 2015-16, se ha estimado que entre 9.2 y 35.6 millones de casos de influenza, entre 4.3 y 16.7 millones de consultas médicas de pacientes ambulatorios y entre 139 000 y 708 000 hospitalizaciones fueron atribuidos a la influenza cada temporada (16) Se estimaron entre 4 000 y 20 000 casos de muerte por temporada a causa de la neumonía e influenza y entre 12 000 y 56 000 casos de muerte por enfermedades respiratorias y circulatorias.
Información sobre poblaciones específicas
La influenza es una causa importante de consultas médicas y hospitalizaciones entre niños pequeños. En un estudio de cohorte retrospectivo con base en la población, los índices de hospitalización para niños < de 5 años con infección respiratoria aguda (IRA) o fiebre a causa de la influenza confirmada por laboratorio promediaron 0.9 por cada 1000 (rango 0.4-1.5) durante las temporadas 2000-01 a 2003-04 y 0.58 por cada 1000 (rango 0.36 a 0.97) durante las temporadas 2004-05 a 2008-09 (17, 18). En un estudio de cohorte retrospectivo de niños <; de 15 años durante 19 temporadas (1974-75 a 1992-93), un promedio estimado de 6-15 consultas adicionales de pacientes ambulatorios y 3-9 tratamientos adicionales con antibióticos por cada 100 niños por temporada se le atribuyó a la influenza (19). En un estudio realizado en un solo condado de Tennessee durante las temporadas 2000-01 a 2010-11, los índices estimados de hospitalizaciones relacionadas con la influenza entre niños de 6 a 59 meses variaron de 1.9 a 16 por cada 10 000 niños por año; los índices estimados de consultas a los departamentos de emergencia relacionadas con la influenza oscilaron de 89 a 620 por cada 10 000 niños por año (20).
Los índices estimados de hospitalizaciones asociadas a la influenza por lo general son notablemente más altos entre los bebés y niños <; de 5 años que entre los niños más grandes (17, 18, 21-26). Durante 1993-2008, los índices anuales estimados de hospitalizaciones asociadas a la influenza fueron 151 por 100 000 entre niños <; de 1 años y 38.8 por 100 000 entre niños de 1-4 años, comparado con 16.8 por 100 000 entre personas de 5 a 49 años (23). Los índices estimados de hospitalizaciones para niños con afecciones médicas de alto riesgo son mucho más altos que los de aquellos sin riesgo (26-28). En un estudio de niños hospitalizados con infección confirmada por el virus de la influenza, la estadía era más prolongada en el caso de aquellos niños con afecciones de alto riesgo que en el caso de niños sanos de la misma edad (4.7 vs. 3 días para aquellos que se encuentran en el rango etario de 6 a 23 meses; 5.8 vs. 3.6 días para aquellos que tienen de 2 a 17 años de edad) (21). El treinta y siete por ciento tenía una afección de alto riesgo definida por el Comité Asesor sobre Prácticas de Vacunación (ACIP); las afecciones de alto riesgo más comunes fueron asma (45 %), seguido por trastornos neurológicos (23 %), cardiovasculares (21 %), metabólicos e inmunosupresivos (7 % cada uno). En otro estudio, el asma estaba asociado al 23 % de las hospitalizaciones a causa de la influenza y el 15 % de las consultas de pacientes ambulatorios (27).
Las estimaciones de índices de mortalidad infantil a causa de la influenza de acuerdo con los diagnósticos de neumonía e influenza, diagnósticos de enfermedades respiratorias y circulatorias o casos de influenza confirmados por laboratorio han sido generalmente bajos, < de 1 por cada 100 000 años-persona (29, 30). No obstante, la cantidad absoluta de muertes infantiles a causa de la influenza varía de una temporada a otra (31). Cabe destacar que estas muertes a menudo se dan en niños sin otros factores de riesgo de influenza grave. En un estudio de la temporada 2003-04, casi la mitad de los casos ocurrió en niños que eran sanos (30). En los Estados Unidos, los casos de muerte asociados a la influenza confirmada por laboratorio entre niños < de 18 años se han convertido en una afección que debe informarse a nivel nacional desde octubre del 2004 (32). Desde que se comenzó a reportar, la cantidad anual de casos de muerte infantil asociados a la influenza reportados durante las temporadas habituales de la influenza ha oscilado de 37 muertes en la temporada 2011-12 a un aumento de 187 en 2017-18 (31). Una cifra mayor de muertes fue reportada durante la pandemia de influenza A(H1N1)pdm09 del 2009, en la que se reportaron 358 muertes infantiles a los CDC desde el 15 de abril del 2009 hasta el 2 de octubre del 2010 (33). En una revisión de datos de vigilancia de muertes pediátricas que abarcan desde la temporada 2010-11 a la temporada 2015-16, los índices de mortalidad estaban inversamente asociados a la edad, con los índices más altos entre aquellas personas < de 6 meses. Entre los niños ≥ de 6 meses, solo el 31 % había recibido al menos una dosis de la vacuna contra la influenza en la temporada en que ocurrió la muerte (34).
En las temporadas típicas, las hospitalizaciones asociadas a la influenza ocurren con menor frecuencia entre los adultos jóvenes en comparación con los niños < de 5 años y los adultos ≥ de 65 años. Sin embargo, algunos autores han reportado que la influenza es una causa importante de consultas médicas de pacientes ambulatorios y ausentismo laboral entre los adultos sanos. En un análisis modelo económico, se calculó que la carga anual promedio de la influenza estacional entre los adultos de 18-49 años sin ninguna afección médica que confiera un mayor riesgo de presentar complicaciones por la influenza incluye aproximadamente 5.2 millones de enfermedades, 2.4 millones de consultas de pacientes ambulatorios, 31 800 hospitalizaciones y 684 muertes (35). Según estudios sobre la vacunación de trabajadores se han reportado bajos índices de ILI (36, 37), días de trabajo perdidos (36-39) y consultas médicas (37, 39) asociados a la vacunación en comparación con los que no han recibido la vacuna o un placebo. La influenza puede estar asociada a una mayor pérdida de productividad en el lugar de trabajo entre adultos que las infecciones respiratorias agudas causadas por otros patógenos (40).
Durante la pandemia de influenza A(H1N1)pdm09 del 2009, aparentemente los adultos < de 65 años corrían mayor riesgo de ser hospitalizados a causa de la influenza o de muerte (41) en comparación con las temporadas típicas de influenza. Durante el periodo de la pandemia de influenza A (H1N1) 2009 (de abril del 2009 al 1 de mayo del 2010), los índices acumulativos en bruto de hospitalizaciones relacionadas con la influenza confirmada por laboratorio para los sitios del Programa de infecciones emergentes (EIP) fueron 3 por cada 10 000 personas de 18 a 49 años, 3.8 por cada 10 000 personas de 50 a 64 años y 3.2 por cada 10 000 personas ≥ de 65 años. Durante las tres temporadas anteriores, los índices oscilaban entre 0.3 y 0.7 por cada 10 personas de 18 a 49 años, entre 0.4 y 1.5 por cada 10 personas de 50 a 64 años y entre 1.4 y 7.5 por cada 10 personas ≥ de 65 años (42). Los adultos de 50 a 64 años tenían los índices más altos de mortalidad durante la pandemia del 2009. Este grupo ha resultado nuevamente afectado de gravedad durante la temporada 2013-14 cuando el H1N1pdm09 era el virus predominante en circulación, con índices de hospitalización mucho más altos que en temporadas anteriores desde la pandemia (43).
Los índices de hospitalización durante las temporadas típicas de influenza por lo general son más altos para los adultos ≥ de 65 años (12). El riesgo de hospitalización puede ser mayor entre los adultos mayores con afecciones médicas subyacentes de alto riesgo que entre aquellos adultos sin dichas afecciones. Un análisis retrospectivo de los datos de tres organizaciones de atención médica administrada recabados desde 1996-97 hasta 1999-2000 estimó que el riesgo durante la temporada de influenza entre personas ≥ de 65 años con afecciones médicas subyacentes de alto riesgo era de 55.6 por hospitalizaciones asociadas a la neumonía e influenza por cada 10 000 personas, en comparación con 18.7 por cada 10 000 entre personas de menor riesgo en este grupo etario. Las personas de 50-64 años que tenían afecciones médicas subyacentes también corrían un riesgo considerablemente mayor de hospitalización durante la temporada de influenza en comparación con adultos sanos de 50-64 años (12.3 vs. 1.8 por cada 10 000 persona/periodos) (44).
Las muertes asociadas a la influenza son más frecuentes entre los adultos mayores. Desde la temporada 2010-11 hasta la temporada 2015-16, se estimó que entre 9 000 y 43 000 casos de muerte relacionados con la influenza ocurrieron entre adultos ≥ de 65 años, que corresponde a > del 75 % de un promedio de muertes anuales estimado entre todos los grupos etarios (16). En comparación, se calculó que la mortalidad anual promedio era de 200 a 1 300 casos de muerte entre personas < de 18 años y de 2 700 a 11 000 casos de muerte entre personas de 18 a 64 años.
Algunos estudios han examinado posibles asociaciones entre enfermedades respiratorias graves y episodios vasculares agudos con infarto de miocardio y accidentes cerebrovasculares isquémicos (45-48). Un análisis de series de casos autocontrolados de 364 hospitalizaciones por infarto de miocardio detectó un mayor riesgo de infarto de miocardio dentro de los 7 días de la detección de la influenza en laboratorio (tasa de incidencia [IRR] =6.05, 95 % CI 3.86-9.5 para todos los casos de influenza; IRR=10.11, 95 % CI 4.37-23.38 para la influenza B y IRR=5.17, 95 % CI 3.02-8.84 para la influenza A) (45). Un análisis de series de casos autocontrolados del United Kingdom Myocardial Ischaemia National Audit Project y la Base de Datos de Medicina General detectó que el riesgo de infarto de miocardio agudo era considerablemente más alto de 1 a 3 días posteriores a la aparición de una infección respiratoria aguda (IRR=4.19, 95 % CI 3.18-5.53). Este efecto fue mayor entre aquellas personas ≥ de 80 años (46). En un análisis de datos sobre hospitalizaciones, los ingresos por infarto de miocardio y accidentes cerebrovasculares entre personas ≥ de 75 años están relacionados con la circulación de los virus de influenza (47). Un análisis retrospectivo de datos de registros médicos reportó que las personas hospitalizadas debido a un accidente cerebrovascular isquémico tenían mayor probabilidad de haber sido hospitalizadas recientemente a causa de alguna enfermedad similar a la influenza. En este estudio, la asociación entre las enfermedades similares a la influenza y los accidentes cerebrovasculares era mayor para los adultos jóvenes (menores de 43 años), y disminuía a medida que aumentaba la edad (aunque sigue siendo importante desde el punto de vista estadístico) (48).
Las mujeres embarazadas son vulnerables a los síntomas graves y enfermedades que se les atribuyen a la influenza. Los cambios psicológicos asociados al embarazo, como mecanismos cardiopulmonares alterados y cambios en la inmunidad celular, podrían generar mayor susceptibilidad (49). Un estudio de cohorte retrospectivo de mujeres embarazadas que se realizó en Nueva Escocia durante 1990-2002 comparó los datos del registro médico de 134 188 mujeres embarazadas con datos de las mismas mujeres durante el año previo al embarazo. La relación porcentual de hospitalizaciones aumentó considerablemente durante todos los trimestres de embarazo y aumentó en las etapas sucesivas (durante el tercer trimestre, riesgo relativo [RR] 7.9 [95 % CI = 5-12.5] entre mujeres con enfermedades concomitantes y 5.1 [95 % CI = 3.6-7.3] entre aquellas sin enfermedades concomitantes) (50). Un estudio de cohorte realizado en Nueva Zelanda detectó un mayor riesgo de hospitalizaciones asociadas a la influenza confirmada por laboratorio entre mujeres embarazadas en comparación con aquellas mujeres que no estaban embarazadas. El riesgo fue mayor durante todos los trimestres y aumentó en las etapas sucesivas de embarazo (RR=2.5, 95 % CI 1.2-5.4 para el primer trimestre; RR=3.9, 95 % CI 2.4-6.3 para el segundo trimestre; y RR=4.8, 95 % CI 3-7.7 para el tercer trimestre) (51). Una revisión sistemática y un metaanálisis de los estudios de observación concluyeron que los casos de infección por influenza durante el embarazo estaban asociados a un mayor riesgo de hospitalizaciones relacionadas con la infección en personas no embarazadas (OR=2.44, 95 % CI 1.22-4.87), pero no de casos de muerte (52).
Durante las pandemias del 1918-19, 1957-58 y 2009-10, se reportó una mayor gravedad de casos de influenza entre mujeres embarazadas (53-58). Durante la pandemia (H1N1) del 2009, también se observaron varias infecciones entre mujeres en periodo de posparto (dentro de las 2 semanas previas al parto) (54, 57, 59). En una serie de casos realizada durante la pandemia (H1N1) del 2009, se reportaron 56 (20 %) casos de muertes entre 280 mujeres embarazadas que ingresaron a unidades de cuidados intensivos. Entre las muertes ocurridas en los EE. UU. a causa de la influenza pandémica reportadas a los CDC, el cinco por ciento de todas las muertes en los Estados Unidos a causa de la influenza pandémica involucró a mujeres embarazadas, aunque representaban <; del 1 % de la población (60, 61). Entre las muertes, 36 (64 %) ocurrieron en el tercer trimestre. Las mujeres embarazadas que fueron tratadas con antivirales inhibidores de la neuraminidasa > de 4 días después de la aparición de los síntomas eran más propensas a ser ingresadas en una unidad de cuidados intensivos (57 % vs 9 %; riesgo relativo [RR]=6.0, 95 % CI 3.5-10.6) que las que fueron tratadas dentro de los 2 días después de la aparición de los síntomas (61).
Algunos estudios de resultados de embarazos han indicado un riesgo mayor de presentar complicaciones en el embarazo atribuidas a la enfermedad materna de la influenza; otros no. Una revisión de datos de la National Inpatient Sample (una base de datos de altas hospitalarias disponible públicamente; www.hcupícono de sitio externo–us.ahrq.gov/nisoverview.jspícono de sitio externo)ícono de sitio externo que abarca desde las temporadas 1998-99 hasta 2001-02 e incluye más de 6.2 millones de hospitalizaciones de mujeres embarazadas, reportó un mayor riesgo de complicaciones en el feto, parto prematuro y parto por cesárea entre aquellas mujeres con enfermedades respiratorias durante las temporadas de influenza, en comparación con aquellas mujeres que no tienen enfermedades respiratorias (62). Un estudio de 117 347 embarazos en Noruega durante la pandemia del 2009-10 notó un mayor aumento de muerte fetal entre mujeres embarazadas con diagnóstico clínico de influenza (índice de riesgo ajustado [aHR]: 1.91; 95 % CI = 1.07-3.41) (63). Un estudio de cohorte realizado entre 221 hospitales en el Reino Unido observó un mayor riesgo de muerte perinatal, muerte fetal y partos prematuros entre mujeres con infección confirmada por el virus (H1N1) 2009 (64). En un estudio de cohorte retrospectivo de 86 779 embarazos en los cuales 192 casos de influenza confirmados por laboratorio fueron identificados durante las temporadas 2012-14 y 2013-14, las mujeres infectadas durante el primer trimestre tuvieron una gestación promedio considerablemente inferior a la de las mujeres no infectadas (38 vs. 39 semanas). Los bebés infectados por el virus de la influenza B tuvieron un porcentaje promedio del 4 % inferior al peso óptimo (65). No obstante, otros estudios de bebés nacidos de mujeres con influenza confirmada por laboratorio durante el embarazo no han demostrado altos índices de partos prematuros, partos antes de tiempo, bajo peso al nacer o bajos índices en el test de Apgar en comparación con bebés nacidos de mujeres no infectadas (66-68).
Los síntomas de la influenza a menudo incluyen fiebre, que durante el embarazo puede estar asociada a defectos del tubo neural y otros resultados adversos (69). Un metaanálisis de 22 estudios de observación de anomalías congénitas tras una exposición a la influenza durante el primer trimestre de embarazo notó asociaciones con varios tipos de anomalías congénitas, incluido defectos del tubo neural, hidrocefalia, deficiencia cardiaca y defectos en la válvula aórtica, defectos en el sistema digestivo, labio leporino y defectos de reducción de miembros (70). No obstante, muchos de los estudios incluidos se llevaron a cabo durante las décadas de 1950 y 1970, y se utilizó una definición de exposición a la influenza no específica (cualquier caso de influenza reportado, ILI, o fiebre con influenza, con o sin confirmación clínica o serológica). Un metaanálisis del 2005 de quince estudios de observación destacó una asociación entre la fiebre materna y defectos en el tubo neural (71). En algunos estudios se han reportado asociaciones entre la fiebre materna y cardiopatías congénitas (72) y fisura orofacial (73) ; en un estudio de anomalías congénitas como fisuras orofaciales, cardiopatías congénitas y onfalocele, la asociación con la fiebre materna fue mitigada entre aquellas madres que habían tomado multivitamínicos (74).
Las personas con "enfermedades crónicas debilitantes" (especialmente enfermedades cardiovasculares, enfermedades pulmonares, diabetes y enfermedad de Addison) fueron incluidas (junto con las personas ≥ de 65 años y las mujeres embarazadas) entre aquellas a las que se les recomendó que se vacunen ya en 1960. Se ha registrado que estos grupos son los que más han contribuido a la gran cantidad de muertes ocurrida durante la pandemia de influenza de 1957 (75). Desde entonces, la lista de afecciones que potencialmente aumentan el riesgo de enfermedades graves atribuibles a la influenza se ha expandido al incluir a personas con afecciones crónicas de la mayoría de los sistemas del cuerpo, personas inmunodeprimidas, personas con obesidad extrema y poblaciones de indígenas estadounidenses o nativos de Alaska (76). En general, se agregaron los grupos de riesgo debido a que se observó un mayor riesgo de hospitalización u otros resultados graves durante algunas temporadas de influenza. Para cualquier grupo, es posible que el grado de riesgo mayor no sea el mismo en todas las temporadas. Sin embargo, no se puede predecir el aumento del riesgo potencial de enfermedades graves en ninguna temporada. Además, la mayoría de las categorías de riesgo abarca un grupo heterogéneo de afecciones, la gravedad de la cuales varía entre diferentes personas y con la presencia o la ausencia de tratamiento médico por afecciones subyacentes. Es posible que estos factores puedan alterar el riesgo de enfermedad para cualquier persona.
En un estudio de 4 756 adultos hospitalizados a causa de la influenza desde octubre del 2005 hasta abril del 2008, las características significativamente asociadas a la neumonía (una posible complicación grave de la influenza) incluyeron enfermedades pulmonares crónicas subyacentes e inmunodepresión (77). Entre los pacientes con neumonía, los pacientes con resultados negativos (definido como ingresos a ICU, necesidad de asistencia respiratoria mecánica o muerte) tenían más probabilidades de sufrir enfermedades pulmonares crónicas, enfermedades cardiovasculares, enfermedades renales o inmunosupresión. En un estudio de casos y controles de niños de 6 a 59 meses durante las temporadas 2005-06 y 2008-09, los casos de hospitalización por influenza estuvieron asociados a afecciones pulmonares, hematológicas/oncológicas y neurológicas (78). En una revisión sistemática de estudios de factores de riesgo por complicaciones relacionadas con la influenza entre niños, la hospitalización estuvo fuertemente asociada a trastornos neurológicos, nacimientos prematuros, anemia falciforme, inmunosupresión y diabetes (79).
Algunos estudios tempranos sugirieron una mayor gravedad de casos de influenza entre personas con VIH (80, 81). Los estudios que se realizaron desde la disponibilidad generalizada de la terapia antirretroviral para el VIH indican que probablemente no haya mayor riesgo de enfermedades graves entre personas con VIH controlado (82-87). No obstante, la influenza puede estar asociada a la neumonía bacterial secundaria, especialmente a Streptococcus pneumoniae, Haemophilus influenzae y Staphylococcus aureus, que puede agravarse entre las personas con VIH (88).
Antes de la pandemia del 2009, la obesidad no estaba reconocida como un factor de riesgo de enfermedades graves por la influenza. Sin embargo, varios estudios durante la pandemia del 2009 destacaron una mayor prevalencia de obesidad entre las personas con enfermedades graves atribuidas al A(H1N1)pdm09 (89-91). En un estudio de cohorte entre personas ≥ de 20 años, los casos de hospitalización con enfermedad atribuida a la influenza A(H1N1)pdm09 confirmada por laboratorio estaban asociados a la obesidad extrema (índice de masa corporal [IMC] ≥ de 40) incluso ante la ausencia de otros factores de riesgo por enfermedad grave (índice de probabilidades [OR]=4.7; 95 % CI 1.3-17.2) (92). Los casos de muerte estaban asociados a la obesidad, definida como IMC ≥de 30 (OR: 3.1; 95 % CI = 1.5-6.6) y obesidad extrema (OR: 7.6; 95 % CI = 2.1-27.9). Un estudio de cohorte de Canadá que abarcó 12 temporadas (1996-97 hasta 2007-08) reveló que las personas con un IMC de 30-34.9 y aquellas con un IMC ≥ de 35 tenían más probabilidades que las personas con peso normal de ser hospitalizadas por una enfermedad respiratoria durante las temporadas de influenza (OR: 1.45; 95 % CI = 1.03-2.05 para un IMC 30-34.9 y OR: 2.12; 95 % CI = 1.45-3.1 para un IMC ≥35) (93). Un estudio de cohorte retrospectivo de datos de seguro médico nacional de Australia entre el 2006 y el 2015 reveló que en comparación con adultos con un IMC saludable, aquellos con un IMC de 30 a < de 40 tenían mayor riesgo de ser hospitalizados (aHR=1.57, 95 % CI 1.22-2.01); aquellos con un IMC ≥ de 40 tenían un riesgo aún más alto (aHR=4.81, 95 % CI 3.23-7.17) (94). En cambio, un estudio de cohorte prospectivo de dos temporadas (2007-09) en los Estados Unidos no encontró una asociación entre la obesidad y la influenza confirmada por laboratorio que requiera atención médica, incluida la circulación del virus de la influenza pandémica y estacional (95). En un estudio de cohorte de cuatro temporadas (de 2010-11 a 2013-14) que se llevó a cabo en México de niños y adultos con ILI viral, la infección por el virus de la influenza estuvo asociada a un mayor riesgo de hospitalizaciones entre los adultos con sobrepeso u obesidad extrema. Entre los niños en este estudio, la influenza no se analizó por separado; la obesidad estuvo asociada a un mayor riesgo de hospitalización por ILI debido a cualquier microbio patógeno viral (96).
Además, durante la pandemia del 2009 también se manifestaron discrepancias raciales y étnicas en cuanto al riesgo de sufrir complicaciones relacionadas con la influenza entre los adultos, que incluye índices más altos de enfermedad grave por la influenza entre la población negra y los indígenas estadounidenses/nativos de Alaska y la población indígena en otros países (97-102). Estas discrepancias pueden ser atribuidas en parte a una mayor prevalencia de afecciones médicas subyacentes o desigualdades en la atención médica entre grupos raciales/étnicos (101, 103). Un estudio de casos y controles más reciente de factores de riesgo para casos de muerte a causa de la influenza pandémica del 2009 que adaptó los factores como afecciones preexistentes, obstáculos para acceder a la atención médica y demoras en la recepción de antivirales reveló que el estado de los indígenas de EE.UU./ nativos de Alaska no estaba asociado independientemente a casos de muerte (104).
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